10 de julio de 2010

Mañana iré a la primera "mani" de mi vida (traducción del post de ayer en este mismo sitio)


Hoy esta entrada habla catalán. Esto no ha pasado nunca, en este blog. Nunca sin traducción al castellano, por respeto básico a los (muchos) lectores que lo siguen en castellano. Pero hoy este blog sólo puede hablar catalán. No me saldrían estas palabras en otro idioma. No tendría ningún sentido. Hoy, hace ya unos días, estoy desengañada y triste. Por eso mañana iré a la manifestación que ha convocado Ómnium Cultural. Será la primera mani de mi vida. Y lo mejor es que ni siquiera he tenido que pensarlo: asistir me sale del corazón. Y ya hace tiempo que aprendí que hay que hacer lo que sale del corazón. Aunque después tenga consecuencias. O aunque no las tenga, que en este caso es peor.
Siempre he navegado entre dos aguas y, guste o no, lo continuaré haciendo. No por esta especie de tradición a nuestros valores más sentidos que quieren ver algunos, sino por amor a mi propia tradición, a mis propias convicciones. Siempre he considerado que el catalán era mi idioma tanto como el castellano. No es una decisión política, sino biológica: soy hija de un andaluz que se enamoró de una catalana tan arrebatadoramente que lo dejó todo por venir a esta tierra, que siempre se sintió orgulloso de formar parte de ella, que aprendió catalán de inmediato y como algo natural, que no podía dejar de hacer; que con el tiempo se permitía el lujo de corregirnos a sus hijos las metidas de pata lingüísticas y que incluso lucía muy orgulloso un carné de catalán (?) que le había regalado no sé qué paciente suyo. Una vez vi a mi padre regañar duramente a un colega médico porque se ufanaba de "llevar en Catalunya más de quince años y no hablar ni papa de catalán". Vi que mi padre le decía: "¿Y no te da vergüenza?". Y me sentí orgullosa de él, naturalmente. De pequeña, por cierto, yo estaba convencida de que era algo así como la intérprete al catalán de mi padre. Yo le traducía todo, convencida de que no entendía el idioma. Cuando descubrí que lo entendía -y lo hablaba- a la perfección, me sentí un poco decepcionada. Hoy me gusta recordarlo, porque es la constante de mi vida: hablar dos idiomas sin poder dejar ninguno de lado.
Mi madre, último eslabón de una cadena de parientes nacidos -parece- en l'Empordà, se enamoró de un elemento exótico. Andaluz, sevillano, mayor que ella, banquero, estudiante de medicina. Algunas amigas dejaron de hablarle cuando se casó con un andaluz. No se lo podían creer. Los andaluces, entonces, ahora, tenían aquí mala fama. Un dicho catalán dice "Si et vols casar ben casat, casa't al mateix veinat" ("Si quieres casarte bien casado, cásate en el vecindario"). Está claro que mi madre no acabó de entenderlo. Ni yo tampoco, por cierto, tantos años más tarde.
De modo que estoy desde siempre en una zona incómoda: amo el catalán, Catalunya, su gente, sus particularidades, sus defectos, sus aspiraciones... y no dejo de amar el castellano, Sevilla -es también mi tierra-, Adalucía, algunas tradiciones que aquí siempre seran foráneas, charnegas, mal vistas. Y, por descontado, las defiendo como sólo puede defenderse aquello que forma parte de tu propia sangre.
Esta pertenencia a los dos bandos me hace sentir, a menudo, fuera de lugar. A veces, me ha llevado a discutir con alguien. Como aquel día en Valladolid, cuando un comercial de editorial SM me preguntó si yo era catalana y cuando le dije que sí soltó: "Vaya, pues no lo pareces". O aquel otro en que un amigo al que quiero mucho me espetó una tesis completa de por qué enseñar en catalán en Catalunya es una actitud fascista. Se lo expliqué. Qué pasa con el catalán, por qué motivo es necesario que la enseñanza sea cien por cien en catalán, qué le ocurriría a nuestra lengua si las instituciones dejaran de apoyarla... Al final, fue mejor cambiar de tema.
Y del otro lado: cuando alguien dice que ser catalán es un sentimiento de exclusividad, como si se tratara de un matrimonio monógamo, o que desde ahora dejará de hablar en castellano, como si el castellano fuera patrimonio del PP o de los políticos de asco que nos han tocado y no una lengua que hablan 500 millones de personas y que han conjugado algunos de los escritores a quienes más admiro del mundo. O como cuando alguien suelta un comentario vejatorio, profundamente peyorativo, por ejemplo, de los madrileños, como si todos fueran iguales o todos fueran, pongamos, Rajoy.
Durante muchos años he nadado en esta corriente imposible, intentando comprenderlo todo y respetando a todo el mundo. Admirando a aquellos que vocean alto y claro consignas nacionalistas, pero manteniéndome un poco al margen. Y he visto muchas cosas, sin pronunciarme jamás sobre esta cuestión. Cuando me preguntaban por qué escribo en castellano les respondía que porque
también es mi lengua y porque respetaba demasiado la lengua catalana como para utilizarla a la hora de escribir. Era la pura verdad: pensaba que no tenía nivel suficiente para escribir en catalán. Ahora esto también ha cambiado. Continúo escribiendo en castellano como primera opción, pero me traduzco yo misma y de vez en cuando escribo una novela en catalán porque el corazón y el estómago me lo piden. Por otra parte, he aprendido. Quiero decir que he mejorado mi catalán hasta el extremo de atreverme a utilizarlo como lengua literaria. Puntualizo que la lengua literaria debe ser, necesariamente, una búsqueda de la excelencia. Esta idea es, precisamente, la que me ha mantenido alejada de ella durante tanto tiempo. Ahora, creo, puedo intentar ser excelente en catalán.
Durante muchos años, qué ingenua, he pensado que podía hacerme entender. Por los míos, los catalanes, que de vez en cuando me han visto como una especie de desertora. Entre los otros, que no me son ajenos, ya sean los comerciales de Valladolid o mis primos andaluces. Algunas veces lo he conseguido. No hace tanto que mi querida amiga Ángeles, que además de sevillana y profesora de filosofía es la madrina -laica, una figura creada a nuestra medida- de mi hija, me contaba la discusión que tuvo con un compañero de trabajo al defender que para trabajar en Catalunya hay que saber catalán. Ay pobre, con lo traquila que ella vivía hasta ahora y ya anda contagiada de estas interminables discusiones lingüísticas nuestras.
A mi marido -madrileño- no me hizo falta convencerle de nada, porque Catalunya "le caía bien" desde antes de conocernos. Tomó clases de catalán nada más llegar. En las primeras elecciones autonómicas estudió todas las opciones como quien prepara unas oposiciones. Observó mucho, también, sin decir ni pío. Hasta que un día soltó un concluyente "Esto no se puede entender si no se vive aquí" que me dio mucho que pensar, y aún hoy. Por cierto, un amigo suyo de la infancia, cuando supo que aquella chica a la que se había ligado por Internet se lo llevaba a vivir a Barcelona, le preguntó "si tendría que sacarse el pasaporte para ir al extranjero". Me encantó que a él, a mi compañero, también le molestara, el dichoso comentario.
Y todo esto, ¿para qué? Pues para decir que con esto que ha hecho el Tribunal Constitucional he perdido una esperanza que aún conservaba: la esperanza de que se nos entienda. Quiero decir, claro, de que cierta gente nos entienda, porque hay otros que ni nos entienden ni quieren hacerlo). La esperanza de que no se vuelva a repetir, una vez más, aquella vieja historia de nuestra gente: defendemos lo nuestro, lo que amamos, en lo que creemos y aquello a lo que tenemos derecho y desde Madrid nos miran como si fuéramos de otro sistema solar. Lo hacen porque no saben nada de nosotros, de aquello que
de verdad somos los catalanes. Por aquella vieja máxima que nunca falla: es mucho más fácil juzgar que tratar de comprender.
Lo entiendan o no, lo que ha pasado en el Constitucional es un agravio para nosotros. Y me parece que conviene dejarlo claro. Nos duele. Nos cabrea. Nos obliga a repetir la historia. I estamos hasta el gorro de repetir la historia.
Por todo esto, mañana iré a la primera mani de mi vida.
Y por todo esto he escrito este post.
Es muy probable que mañana lo traduzca al castellano y lo cuelgue aquí mismo. Por respeto. Por íntima convicción. Pero eso será mañana. Hoy toca hablar en catalán.

8 comentarios:

marinero dijo...

Aunque se podrían contestar infinidad de ellas, me limitaré a señalar dos cosas.
1) Dices que "lo que ha pasado en el Constitucional es un agravio para nosotros", después de afirmar que "desde Madrid nos miran como si fuéramos de otro sistema solar". En otros términos, quienes en la propia Cataluña no ven la sentencia del TC como un agravio, o quienes fuera de ella ven, razonablemente, a los catalanes como un pueblo más entre otros, con sus virtudes y sus defectos -ésos no existen, o no cuentan.
La visión que aquí se nos da es la de los "buenos", los sufridos y agraviados catalanes -todos, sin excepción, o al menos sin excepción que merezca la pena reseñar-, y la de los "malos", intolerantes e incomprensivos.
Reconozco que me asombra una visión tan simplista. O, más bien, me asombraría, si uno no estuviera ya curado de espantos.
2) Lo de que "esto no se puede entender si no se vive aquí", curiosamente, es el mismo "razonamiento" con el que algunas comunidades que se sienten estrechas en el marco legal internacional defienden sus transgresiones del mismo: es el "razonamiento" de los israelíes que apoyan las salidas de pata de banco de su gobierno, y el de unos cuantos ejemplos parecidos.
En resumen: 1) Esa visión de "nosotros" y "ellos" es simplista y falsa. 2) La idea de que sólo "nosotros" podemos opinar con conocimiento de causa, lo es igualmente. Desde fuera (y desde dentro, los que no caben en ese restrictivo "nosotros") también se pueden conocer, y razonar, muchas cosas.

Caballero de Olmedo dijo...

Marinero:
Yo soy madrileño, y por lo tanto, “de los tuyos”.
(1) Sí: desde Madrid se mira a Barcelona y, por extensión, a Catalunya, como “esos peseteros que siempre están pidiendo más”. Sabes la gracia que me hizo que el padre de uno de mis más queridos amigos, me llamase extranjero, vendido, y que cómo me habían dado el pasaporte para volver?? Evidentemente ninguna. Es más… casi le parto la cara allí mismo. Tengo mujer catalana, y mis hijos han nacido en Catalunya… y sabes de sobra que los catalanes son peor vistos que los moros, por ejemplo.
(2) Y no, si no se vive aquí durante unos cuantos años, no se ven las cosas desde dentro. Es una hostia tras de otra. Que en muchas ocasiones las buscan los políticos? Totalmente de acuerdo. Pero la gente que vive aquí se merece un respeto del resto de los ciudadanos de este puñetero país, que es España. Porque sí. Catalunya es España. Y Catalunya es el País Catalán. Por historia merecen ser tratados así… Y hace que eso de “nosotros” y “ellos” tenga vigencia y sea así. Simplemente. Pero para nada falsa.
Ven a vivir unos añitos aquí. Intégrate. Y mira cómo trata el resto del país a esta parte… Y se te abrirán los ojos…

marinero dijo...

No he vivido en Cataluña, aunque la he visitado repetidas veces y tengo en ella excelentes amigos. Pero, desde luego, no hace falta vivir en Cataluña para advertir una generalización abusiva allí donde se produce. Como ya dije, no todo el mundo en Cataluña (repito: EN CATALUÑA) piensa lo mismo -afortunadamente.
Lo de que "es una hostia tras de otra", para mí, se comenta solo. Me limitaré a recordar que la manifestación de la que habla Care es contra la sentencia sobre el Estatut. Ahora bien, no hay más que abrir los ojos para ver que Cataluña tiene hoy un nivel de autogobierno (con este Estatut tan protestado) como no lo había conocido en toda su historia moderna, y superior al de cualquier otra parte de España (e imposible de encontrar en cualquier Estado europeo de organización no federal, como hasta hoy lo es el nuestro). Todo es mejorable, desde luego, y yo personalmente no hubiera visto mal que el Estatut se aprobase en su totalidad. Pero, pregunto, ¿cómo se concilia lo que acabo de recordar con eso de "una hostia tras de otra"? ¿No será más bien, sugiero, "una queja tras de otra", en una actitud de victimismo perpetuo?
Por otra parte, lo de que "los catalanes son peor vistos que los moros" me parece, con perdón, no sólo falso, sino una auténtica barbaridad. Dejemos aparte el hecho de que yo, como (quiero pensar) cualquier persona civilizada, no "veo mal" a nadie simplemente porque haya nacido aquí o allá. Para quienes son intolerantes frente al otro, hay con los "moros" una actitud racista que evidentemente no se dá con los catalanes, y quienes piden la expulsión de los primeros y advierten de que "quieren apoderarse del mundo" no dicen burradas semejantes respecto a los habitantes de Cataluña. Nadie cree que quieran "apoderarse del mundo", esclavizarnos, convertirnos o asesinarnos; nadie, salvo precisamente algunos catalanes, creen respecto a ellos otra cosa sino que son unos ciudadanos europeos como otros cualesquiera, con sus virtudes y sus defectos. (Los "algunos catalanes" que decía, en cambio, no creen eso, sino que la población catalana es un privilegiado grupo humano que está a la cabeza de Europa, o mejor dicho, estaría, de no ser por la "casposa", "expoliadora" y "africana" España, que no se lo permite).
Y es el que chauvinismo intolerante es planta que, desgraciadamente, prospera en cualquier clima. Y la tendencia a creer que todos nuestros males son culpa de los Otros, siempre de los Otros, que no hacen más que darnos "una hostia tras de otra", y encima nos ven "peor que a los moros" -la tendencia victimista: Ellos son los incomprensivos y los malos, nosotros los maltratados y los buenos-, también.

Max dijo...

No voy a entrar en discusiones interminables. Para mí, todos los pueblos tienen el derecho democrático a decidir su futuro, sean Cataluña o Cercedilla, y da absolutamente igual lo que digan los demás. Eso es democracia.

Sólo voy a dar un dato. No existe ningún caso en la historia de Europa tras la Segunda Guerra Mundial en que el resultado de un referéndum no se haya respetado o haya sido enmendado. Tal vez, no encuentro el dato, ocurrió en los países del Este en los primeros años de la postguerra, bajo la dominación soviética.

El texto que ha salido del TC no es el que fue votado y aprobado en referéndum. Un caso insólito en la historia europea contemporánea. Un ejemplo de democracia (?).

marinero dijo...

"Max" no quiere entrar en discusiones, y se limita a "dar un dato". Yo, para "no entrar en discusiones", me limitaré a recomendarle la lectura del artículo "Marbury contra Madison", de Soledad Gallego-Díaz, publicado en EL PAÍS el pasado 4 de Julio. Allí podrá leer, por ejemplo, que esa sentencia (de la Corte Suprema de los USA) "dejó por primera vez establecido, con total claridad, que la Constitución debe prevalecer sobre cualquier otra ley y que debe existir un tribunal que sea garante de esa primacía, con capacidad para declarar inválidas disposiciones del Parlamento, leyes de la nación y cualquier tipo de normas que, a su criterio, sean contrarias a la Carta Magna.
Desde entonces, 1803, las Cortes supremas de muchos países democráticos, sobre todo los federales, han declarado inválidas, total o parcialmente, leyes aprobadas por Congresos o respaldadas por votos populares". La cita (puede comprobarlo si lo desea) es literal. Y sigue: "No es habitual, por supuesto, pero tampoco un escándalo, que en USA o en Alemania una ley aprobada por el Parlamento o por los cuerpos legislativos de los estados federados sea corregida por decisión de su propia corte suprema o equivalente".
Claro que eso, "Max" no lo sabe..., o no le importa. A pesar de lo cual, no diré que en sus afirmaciones (ni en su contenido ni en su vehemencia) haya nada "insólito". Debería, eso sí; pero hay gente a quien la verdad le importa infinitamente menos que sus convicciones, en nombre de las cuales ésta, la verdad, puede retorcerse, manipularse y hasta reinventarse libremente.
En fin. Resumiré mi postura, para evitar errores (y, de paso, que este foro se haga interminable).
Nada tengo contra la posiblidad de que el Estatut se hubiese aprobado en su totalidad. Menos todavía contra el intento de que se reparen por otras vías legislativas los recortes que ha sufrido. Ni siquiera tengo nada contra la independencia, si así lo decidiera una mayoría suficiente del pueblo catalán (aunque el 14% de las últimas consultas sugiere que ese momento no está muy cerca). Pero sí tengo objeciones contra la falsedad, la manipulación, el victimismo -de un lado o de otro, si los hubiera: no me gustan POR SÍ MISMOS, no porque, lamentablemente, apoyen posturas de aquí o de allá.
Luchen los catalanes cuanto lo deseen por su autogobierno, aunque no estaría de más que, al hacerlo, reconocieran lo mucho (más que nadie en ningún Estado europeo no federal, como ya dije) alcanzado en ese terreno. O por su independencia. O por lo que les plazca. Tienen derecho a hacerlo, derecho que nadie les niega (yo no, por lo menos). Pero no todo vale, en esas posibles luchas. La verdad y el respeto a quien no piensa como uno -empezando por los propios compatriotas, y me refiero a los catalanes- debieran estar por encima de ellas, y ser primeros principios. Las exageraciones, las invenciones, las acusaciones infundadas, los victimismos gratuitos o la visión simplista de "buenos" (nosotros, claro), y "malos" (ellos, quién si no), no son legítimas, ni ayudan en nada. Ni siquiera a los mismos independentistas, aunque algunos entre ellos se figuren otra cosa.

Max dijo...

Gracias por tus datos, marinero, si me he equivocado, rectifico.

Pero, por favor, lee bien antes de responder: en mi comentario no hablo de buenos ni malos, ni hago victimismo. Y, por supuesto, no hay vehemencia... aunque, claro está, puedo equivocarme. Todos podemos equivocarnos.

marinero dijo...

Agradezco a "Max" el buen talante con que acepta ser rectificado; es cualidad demasiado rara, y le honra. Gracias.
Mi comentario acerca de "buenos y malos" y del victimismo no se refería al tuyo; si repasas los anteriores -en alguno de los míos ya aludía al tema- verás que pienso en otros interlocutores.
Sólo un pequeño reproche: si, en efecto, uno no está bien enterado respecto a aquello de lo que habla (cosa que puede ocurrirnos a todos), es prudente ser menos afirmativo, y menos crítico. Nada me molestan los errores, que cometemos todos; sí algo, en cambio, la tendencia a insinuar rápidamente que el otro -en este caso, España-, no es que sea alguien que, legítimamente (y aunque pueda equivocarse) piensa distinto que nosotros, sino que es, nada menos "un caso insólito en la historia europea contemporánea", y -remarcando la ironía- "un ejemplo de democracia".
Como imaginarás, no sólo tú, sino mucha (demasiada) gente en Cataluña, cree, mal informada, que lo ocurrido con el TC es eso mismo que tú decías. Creencia que, sin tomarse el trabajo (¿para qué?) de comprobarla, les sirve, como muchos otros tópicos sin más fundamento que ése, para condenar sin apelación al contrario.
España no es sino una más entre las naciones europeas democráticas, con los defectos propios de toda empresa humana. Allí, entre las naciones europeas democráticas, la encontrará Cataluña, si alguna vez se independiza e ingresa después en la UE, a la que España pertenece hace ya muchos años por méritos propios. Pero la cantidad de barbaridades que, desde algunos lugares en Cataluña, escucha y lee uno diariamente acerca de esa misma España (colonialista, opresora, antidemocrática, además de lo de "casposa", "expoliadora" y "africana" que ya apunté..., y podría seguir con la retahíla: es larga), verdaderamente cansa, y no ayuda a ningún entendimiento razonable.
Si a eso unimos la convicción, tan extendida en Cataluña, de que "los españoles no hacen más que insultarnos" (metiendo en el mismo saco a Intereconomía y EL PAÍS, a Jiménez Losantos e Iñaki Gabilondo, sin distingos, para qué, y olvidando convenientemente en el cómputo los "agradables" adjetivos que citaba antes)..., pues eso, que hace falta una paciencia verdaderamente jobiana para no perder las formas, ni la simple confianza en el ser humano.
Un poco de autocrítica no le hace mal a nadie. Dígame "Max", si repasa el texto de Care y las respuestas del foro, dónde ve (salvo en su propia respuesta, por la que de nuevo le felicito) el más mínimo indicio de ella.
De veras: en esa España tan denostada por algunos hay mucha gente con la que se puede razonar y entenderse. Pero para eso hace falta algo más que el "qué buenos somos y cómo nos maltratan, y qué malos y antidemocráticos son los otros"; hace falta el esfuerzo de querer, efectivamente, comprender las razones del otro, y exponer civilizadamente las propias, olvidándose de los absurdos y prejuzgadores adjetivos que decía. Sin eso, efectivamente, es difícil el entendimiento; pero quizá no toda la culpa sea del otro, ¿no crees?

Anónimo dijo...

Paso de tanto en tanto por aquí y me ha sorprendido leer este post.

Y creo que peca de lo mismo que acusa. Lugares comunes y tópicos. Y viniendo de una mujer que es de todo menos tópica y que tiene una inteligencia privilegiada además de conocer (mucho mejor de lo que refleja el post) el resto del universo no catalán.......sorprende más.

Ver a Care contaminada y contagiada por esta mierda de debate me entristece. Aunque creo que incluso envuelta en una estelada sigue estando guapa a rabiar.

64 horas.