18 de marzo de 2008

Ha empezado a llover de pronto sobre Santiago de Compostela, donde estoy. No de vacaciones, precisamente. Esta tarde he recorrido de nuevo, diez años después, la sede de la Fundación Camilo José Cela, acompañada de su director, Tomás Cavanna, un anfitrión único. He venido por trabajo, pero hay gente que logra que se te olvide ese detalle. En un momento de la tarde, Tomás me ha prestado una de las agendas de trabajo de Camilo José Cela. Un cuaderno de negras tapas flexibles, rectangular, que se abre en horizontal, como los cuadernos de música. Correspondía al año 1968. Con letra menuda, Cela apuntaba en él todo lo que hacía: quién le visitaba, quién le telefoneaba y por qué motivo, qué cartas contestaba, dónde y con quién comía (y el menú), qué artículos terminaba y para quién. El afán acumulativo de Cela lo abarca todo: no sólo objetos, libros, papeles... también las insignificantes y las grandes experiencias del día a día.

Emulo a Cela para cerrar esta entrada, y digo:
22:21: Termino de escribir el post. Lo repaso. Lo publico.
22.25: Llamo a G. para saber cómo están los niños. Están bien. Han cenado y luego han visto "La sirenita" en su cuarto. Sin disturbios.
22:30: Ducha (breve).
22:52: Doy por concluidos 22 minutos de lectura (por trabajo: un libro sobre cómo ser abuelo y ser feliz al mismo tiempo).
22:53: Suspiro pensando en "Chesil Beach", de Ian McEwan, que se ha quedado en casa.
22:45: Apago la luz de la mesita de noche.
22:47: Cesa de llover.

La imagen de hoy: primera infancia de último Nobel.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No deja de sorprenderme la sutileza de tus palabras, lo bonito y sencillo que parece todo cuando lo "dices" tú, cuando lo cuentas tú.
¡No paras quieta! Pienso hoy, en qué ciudad, bajo qué sol, pasearemos la próxima vez tú y yo.

Anónimo dijo...

Me impresionan los artistas tan conscientes de que son Hisoria (con mayúsculas): recopilan de todo, anotan todo, guardan todas las cartas (enviadas y recibidas)...

Ay. Que sólo somos polvo estelar (o ceniza, o un suspiro, o una cagarruta...). Ay.

Anónimo dijo...

Tiene mucho que ver con la soberbia, también, anónima. A quién se le ocurre, si no, guardar TODAS las botellas que se bebe en su vida?