24 de abril de 2007

Cien monos (cuento para la ocasión), de César Mallorquí

Dicen que si cien monos se sentaran frente a cien máquinas de escribir y pasaran una eternidad pulsando aleatoriamente los teclados, al final, por puro azar, alguno de ellos acabaría redactando El Quijote. Con el objeto de comprobar la veracidad de tal aserto, el emir Zayed ibn Abdullah, soberano de Uqbar, mandó traer cien simios de lejanas selvas y los encerró en la sala de recepciones de su palacio, donde previamente había ordenado instalar cien procesadores de textos. Luego, tras asegurarse de que los monos se entregaban con entusiasmo a la tarea de impactar alocadamente sus zarpas contra las teclas, Abdullah se retiró al serrallo y, en compañía de sus seiscientas dieciséis esposas, aguardó los resultados del experimento.
Como era de esperar, ninguno de los monos redactó El Quijote. El primero en concluir -un robusto gorila de lomo plateado- escribió el Tristram Shandy de Sterne. El segundo, un chimpancé de rojiza pelambrera, puso punto final a una versión anotada de Alicia en el País de las Maravillas. Los siguientes treinta y seis simios redactaron por orden alfabético todas las obras dramáticas atribuidas a William Shakespeare. El mono trigésimo noveno concluyó Cien años de soledad y el que hacía número cuarenta La divina comedia. Los cuatro siguientes primates escribieron correlativamente El Ulises, Lolita y los dos primeros tomos de En busca del tiempo perdido, e incluso se dio el inusitado caso de un pequeño tití que, desdeñando el teclado y habiéndose hecho, quién sabe cómo, con una estilográfica Montblanc, redactó a mano y con pulcra caligrafía El jardín perfumado de Nefzawi.
Ésa fue la gota que colmó el vaso. Abdullah alzó una ceja con hastío, dejó de examinar los textos y abandonó la sala de regreso al serrallo, no sin antes ordenarle a sus guardias que sacrificaran a los cien monos y quemaran los manuscritos que estos habían redactado. Luego, el emir pareció olvidarse por completo del asunto, aunque muchos años después, cuando siendo ya anciano decidió redactar sus memorias, dedicó un par de líneas a aquel fallido experimento, limitándose, en cualquier caso, a señalar las conclusiones obtenidas. A saber: escribir es más fácil de lo que parece y los monos son muy poco originales.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno, Care!

Esther

Anónimo dijo...

Me ha gustado el cuento de César, a pesar del pecadillo de las "zarpas"...

César dijo...

¿Los monos no tienen zarpas?... Si es así, he metido la pata por culpa de "La zarpa de mono", el famoso relato de William Jacobs. Ya se sabe: traduttore traditore.

Ladynere dijo...

=)
Curioso
¿Y si...?

Anónimo dijo...

Jeje, pensé que en el último momento no sería capaz de escribir sus memorias y se acordaría de los monos.
SAludos a todos
ESTERUCA
http://www.geomundos.com/cultura/laletraescarlata