14 de julio de 2006

Composting (microcuento)

Para el navegante anónimo, por la idea

El compostaje o “composting” es el proceso biológico aeróbico, mediante el cual los microorganismos actúan sobre la materia rápidamente biodegradable (restos de cosecha, excrementos de animales, residuos urbanos tales como vegetales o restos de animales procedentes de mataderos), permitiendo obtener un abono excelente para la agricultura: el compost.

—Oye —anunció uno de los basureros— aquí hay otra. ¿Qué es lo que pasa esta noche? ¿Se han puesto todos de acuerdo para deshacerse de sus parejas o qué?
En el compañero hablaba la experiencia (estaba al filo de la jubilación, apenas dos semanas más de trabajo y sería un hombre libre, deliciosamente doméstico y dormilón).
—Ah, es el calor, que vuelve tarumba a la gente, chico. Échala al camión, con el tío ése que hemos recogido antes.
Dio la coincidencia de que se conocían, aunque no supieran precisar si era sólo de verse por el barrio o había algo más.
Y en la siguiente parada, otro. Junto al contenedor de cristal (el de siempre estaba hasta los topes). Menuda noche de trabajo.
—¡Al camión con él! —animaba el veterano al joven.
—Parece que les divierte. Los jodidos... ¿no oyes cómo se saludan?
—Límitate al trabajo, tú.
Un par de quilómetros después, cerca del mercado municipal, dos chicas. Y bien jovencitas:
—Es que hoy día no se conserva nada... —murmuraba el viejo. Y espoleaba al conductor: —Venga, tío, date prisa, que es tarde y quiero llegar a casa.
Poco a poco, las voces de los de dentro ahogaban el rugido de las tripas feroces del camión. Parecían divertirse mucho. En un barrio de la periferia encontraron una parejita de dumientes acurrucados junto a los contenedores. Sobre sus camisetas se leía: Somos basura.
Ya dentro del camión, la tropa recolectada por toda la ciudad se entretenía en encontrar cosas.
—¡Un tomate! —celebraba alguien.
—Resérvalo para el próximo que se queje del ruido —contestaba otro.
—¡Un zapato!
—A veeeer —contestaban dos o tres.
—Pero el otro no está.
—Ooooohh —coreaban varios.
—¡Un preservativo!
Los gritos de algún vecino despertado en plena noche le daba a alguno la oportunidad de utilizar el tomate. Para el preservativo nunca faltaban ocasiones.
Y de ese modo, sumidos en una algarabía festiva, se alejaban por las calles desiertas hasta alcanzar la planta de tratamiento de residuos, donde les esperaban cintas trasportadoras, las manos enguantadas de una funcionaria con cara de sueño y una sala de espera de asientos de plástico en hilera, revistas de varios meses atrás y fluorescentes que arrojaban una luz muy blanca. El cubo de los desperdicios orgánicos compostables -mondas, cáscaras, sobres de infusiones usados...- quedaba a un lado mientras ellos eran invitados a pasar y sentarse. Canturreaban, se reían los chistes unos a otros, jugaban despreocupados como cachorros. Hasta que una voz metálica llegaba de todas partes para anunciar:
«El primero, por favor».
Y entonces comprendían que su destino era el mismo que el de las cáscaras, las mondas y las bolsitas de té.

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